viernes, 6 de junio de 2008

(suicidée).*





Tengo dos tentáculos en el índice izquierdo. Arrancármelos mata la supremacía del sentirme estudio teratólogo de una cabeza de león que no tengo. Los tatuajes, esos son de automutilación histórica, lo de las bolas en los dedos arrancarme es por vanidad propia. No soy mutiladora, soy un número cualquiera que nunca marca la hora. Ya me han llamado en la calle hija de cualquier pastiche, no por ser hipster, creo que por las estampas de pudor que se me fueron cayendo mientras cruzaba tu mirada. Huelo raro después de despertar en otra cama, me pica el cuerpo por no haberme bañado en dos lagunas de agua inspirada. Siempre tengo pelos en las rodillas de tanto decir la verdad al rasurarme y no ser atinada. Mi ropa limpia tiene un peculiar olor a colilla mojada por fumar tanto con las puertas abiertas de mi cama. Porque aquellas siempre están abiertas, esperando, una mirada que me invite a cerrarlas y quedarme sentada. Porque le juego siempre a la heroína que tiene conexión con cualquier taza lavada, pero yo nunca lavo los platos, las uñas mal cortadas se me desgastan. Soy la de conversaciones nunca amables, siempre compito por tener el mejor argumento elevado que te envuelva para que te quedes entre mis entrañas. Ya la necesidad del otro me ha ido curtiendo, porque no creo en la perfección de mi persona sin otro aprobando mis secretos de media mañana. Un día me tomaron una foto y salí tirada en una escalera por dirección del fotógrafo, ahí me sentí completa, desvalorizando el recuerdo de haberme caído un día en ese pozo de despedidas atrasadas. Porque nunca me atraso, más que en encontrar a la persona adecuada. Y sigo soñando… llegarás un día a besarme mientras yo no este poniendo huevos de pascua. Posiblemente un día salga de la jaula que cuelga ropa ajena a la tuya que lavaba. Posiblemente ya nunca me corte el pelo ni me forre de piel negra para arañar las miradas…

1 comentario:

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

La tira de fotos, la suicidada desde el otro lado, las palabras de fangosa ternura, al fondo, se escucha la voz viril de Nick Cave y yo me fumo un pucho desde una terraza que da a una ciudad que no existe. No existo ni el humo que tengo dentro de mis pulmones. Sólo una tira de fotos en blanco y negro y escarlata profundo, flash frontal y un lugar... eso sí. Una secuencia quizás, un acto quizás, un ritual, o nada que ver con eso... una travesura de celuloide y piel estremecida expuesta a una luz post-crepuscular. ¿Quién lo diría? ¿Quién sabría?