Nos conocimos en 1942...
Las pinturas que a mi alrededor se dejaban ver furtivas, misteriosas, no eran más que una excusa como lo es generalmente el (d) arte. Los coleccionistas resquebraban botines de sangre, mis ojos se desvanecían cómplices a tus andares de padre, lo mío siempre ha sido la curaduría. Sacerdote fuiste y yo... revolucionaría te besaba por doquier sin importar el sacrilegio. Jugamos a ser poetas designando a la muerte un color distinto. Habitamos las cuencas de olvido para regresarlo a la boca y hablar por nosotros, tomando fuertemente las manos, como si el tiempo fuera sólo un extraño que coincidentemente rozaba nuestros cuerpos en delirio. Así escalamos montañas, abrimos puertas secretas y decidimos que lo nuestro era cuestión de luna y dioses. Te besé por última vez con las manos temblando... el silencio fúnebre que resguarda mi habitación marca las horas astillando la esperanza, el tiempo escribe en mi carne porque el papel se ha vuelto demasiado absurdo. He contribuido a la excusa con pluma y exilio, sin atreverme, nunca, a desterrar la dictadura que habita en mi linaje. Con el hábito de monja espero, sólo, por si la culpa te ha inundado en castigo de mártir y decides nunca salir del monasterio... ahí... rezaré contigo en silencio.
1 comentario:
Me suena como a eso: a una oración, una plegaria sonámbula.
Publicar un comentario