martes, 17 de febrero de 2009

Halley*.





















Fui mar rojo que tiñó la sal de mi boca, petrificando las palabras, los años me han pasado por los senos egoístas, violé el decreto metálico atrapando el cuerpo ultrajado. Desboqué al pardo envidioso, darle mancha al cenicero con poesía ha sido mi sangre y muerte. Comí muertos, las venas se me llenaron con letras que se borraron para caminar carne viva. Con el cuchillo en mano aquella me encontró haciendo el primer corte de furia, su mirada angelical precisó la llave hacia una costura distinta, hablaba de una relación personal con el cielo supremo, de su boca caían neones que iluminaban lo poco que quedaba de mi cara corroída. Así le fui sintiendo con su aliento de diosa, lágrimas de fuego al ver su libertad andarse por las tierras prometidas. Quise dejarme ir por sus andares en piernas plúmbicas, idee un plan para tomar de su corazón las palpitaciones que el mío carecía. Desde su alta corona miró la miseria, delicada soltó los amarres de mis venas, estilográfico vuelo rindió mi soberbia ante su destreza. Gran maestra de viento reveló su poesía hinchando mis pulmones, yo nunca había conocido el aire, ese que en su furia se lleva el aliento usado regresando un suspiro en primavera. Serpentinas por el campo ahumado la colorean, orquídea nocturna su matiz alcanza la negrura de mis penas. Ahora las manos me saben sueltos destellos de cometa. Diostre paloma hoy soy mujer entera, a la muerte acuste regresaría sólo si tu murieras, robaría tu alma a Hades, mataría al tiempo y entregaría mi vida por que tu vivieras.